DANOS HAMBRE POR TI

Vivimos en una época en la que en muchos lugares estar saciados puede significar más una maldición que una bendición.
Necesitamos hambre, pero no de cosas, ni de comida sino hambre de Dios.

¿Pero específicamente saciados de qué? En este caso, saciados del mundo, de nosotros mismos, y de todas las cosas que nos prometen una vida más fácil y cómoda que nos llevan a centrarnos más en nosotros mismos y a desplazar a Dios  como la meta más importante de nuestra vida.

Esta fue la condición de los habitantes de Sodoma y la razón por la cual su pecado llegó hasta la presencia de Dios.

Ezequiel 16:49-50 NBLA[49] Pues esta fue la iniquidad de tu hermana Sodoma: arrogancia, abundancia de pan y completa ociosidad tuvieron ella y sus hijas; pero no ayudaron al pobre ni al necesitado, [50] y se enorgullecieron y cometieron abominaciones delante de Mí. Y cuando lo vi, las hice desaparecer.

En nuestras culturas hoy estamos tan llenos de cosas que nos distraen y que alejan nuestros corazones de la búsqueda urgente y sincera por Dios, lo cual debería de ser nuestra diaria y mayor ocupación.

En vez de agradecer a Dios por sus bendiciones y usarlas como un medio para cumplir su voluntad en nuestras vidas en muchos casos terminamos olvidándonos de El. Esto demuestra que por naturaleza somos «ingratos».

En muchas sociedades, los corazones de los cristianos están tan saciados de pan y llenos de ídolos que han desplazado a Dios del centro de sus vidas y, en consecuencia, se han convertido en hombres fríos, mundanos y sin pasión por Cristo.

Ahora, se conforman con practicar una religión por mera costumbre, pero carente de verdadera adoración.

En sus corazones ya no hay más lugar para Dios; esto se traduce en una falta de compromiso real con su congregación, tampoco un apego estricto a la Palabra, ni mucho menos una disciplinada y gozosa devoción.

Ahora su alegría no está en Cristo, sino en las cosas por las cuales le han cambiado.

A su vez, ellos viven afanados por aquello que les garantice la abundancia de las cosas que aman. No confían en Dios para su provisión, ni tampoco estarían contentos con la porción que Él les asignará, porque sus deseos (necesidades) no se someten a la voluntad de Dios, sino a su propio vientre.

Ante esta realidad deberíamos aborrecer todo aquello por lo cual se le ha dejado y arrepentirse de este enorme pecado: menospreciar al Dios bueno por cosas vanales y pedir a Dios que haga volver nuestros corazones a Él.

Debemos clamar por hambre por Él y pedir que nos despoje de todo aquello que nos mantenga indiferentes. Más vale carecer y sufrir en esta vida si esta es la vía para mantenernos buscando a Dios que gozar de los deleites y los privilegios terrenales que nos enfrían y apartan de su voluntad.

Deberíamos orar valientemente como lo hacía san Agustín, quien pedía a Dios:«Quema ahora para que no quemes después».Esto es: Mata mis ídolos, irrumpe en mi comodidad, quita todo lo que esté estorbando entre tú y yo; y si es necesario, trastorna todo si este es el medio para despertarme y hacerme volverme a Ti. Y estando allí, no permitas que nunca más me separe de ti.

¡Dame hambre por ti, que no pueda desear otra cosa sino a Ti!¡Hazme sentir cuánto te necesito para existir!.


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1 comentario

  1. Avatar de suepasini suepasini dice:

    Amen! Mucho verdad en este carta. Voy a enviar a todos.

    Benediciones, Susan

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