Hoy fue un día muy ocupado atendiendo algunas de las labores del ministerio. A veces, nuestros días pueden ser intensos, y es fácil dejarnos llevar por una multitud de actividades que creemos beneficiosas, pero que en realidad nos desgastan. Personalmente, siempre lucho por mantenerme enfocado en las tareas que realmente importan, para mí aquellas que me han sido asignadas por el Señor para realizar su obra en estos ranchos.
Entiendo que mis responsabilidades como pastor misionero pueden ser arduas, pero su esencia es simple. Se resumen en predicar la Palabra de Dios, lo que requiere estudiar, orar y buscar constantemente Su ayuda y dirección para esta vital labor. Además de predicar, debo visitar a los creyentes, exhortarles con la Palabra, ayudarlos en sus necesidades y consolarlos en sus tribulaciones. Esto incluye a mi familia por supuesto y compartir el mensaje de Cristo con los perdidos.
Hoy, gracias a Dios, tuve varias oportunidades para realizar estas actividades con diferentes personas, lo cual sin duda fue un tiempo bien invertido en los asuntos del reino.
Esto además me hizo reflexionar sobre el enorme privilegio que tenemos en Cristo de servirle y ser parte de Su obra en un mundo tan necesitado de Él.
Como hijos de Dios, también disfrutamos del beneficio de la esperanza y la seguridad para el momento de la muerte, algo que los que no creen no poseen, lo que les lleva a una vida miserable y cargada de incertidumbre respecto a la condición de sus almas después de esta vida.
Hoy tuve la oportunidad de hablar con un hombre del pueblo, con la intencionalidad de comunicarle verdades espirituales y la gran esperanza que podría encontrar a través de Cristo. Al hablar sobre la eternidad, me sorprendió su afirmación respecto a la muerte, describiéndola como ¡un sueño muy bonito! Y esta no es más que una idea construida sobre la ignorancia y el deseo de negar la existencia de un castigo como el infierno. La Biblia define la muerte como una maldición, el precio del pecado, y uno de los enemigos de Dios y de la humanidad.
Aunque la muerte es una realidad dolorosa que todos debemos afrontar, está solo podría ser «bonita» si se enfrenta con la esperanza puesta en Jesús, quien venció la muerte y ofrece vida a todos los que en Él confian. Solo así la muerte puede convertirse en alegría en lugar de dolor; de lo contrario, se convierte en un sueño aterrador, una pesadilla de la cual nunca se podrá despertar.
En mi experiencia compartiendo la Palabra con diversas personas, he observado repetidamente este deseo de evadir la responsabilidad por nuestras acciones, ante la posibilidad de comparecer ante el tribunal de Dios para ser juzgados. Muchos se consuelan negando vanamente la existencia de Dios, la vida después de la muerte o incluso la realidad del infierno, inventando fantasías que les brindan una falsa consolación.
Sin embargo, estos consoladores ilusorios solo les llevarán al abismo, mientras dejan pasar el valioso tiempo que Dios les otorga para prepararse y atender el Evangelio, el medio que Él ha ordenado para la salvación.
Así, cada día, muchos se condenan por su propia obstinación al no arrepentirse y eludir la Verdad.
Lo más asombroso es que quien me compartió esta visión es un hombre enfermo y anciano, lo que indica que sus días en esta tierra son limitados.
Sin embargo, él camina despreocupado, abandonando el destino de su alma a ideas absurdas y sin fundamento, lo que, si no cambia, lo conducirá a una eternidad de sufrimiento por negarse a rendirse a la verdad.
Dios me concedió el tiempo suficiente para invitarle a venir a Cristo y a buscar a Dios mientras aún puede hacerlo. Así, podrá recibir la salvación que asegura bienestar a su corazón tanto en esta vida como en la siguiente.
Así pido a Dios para que pueda recibir la gracia que lleva a experimentar el perdón, y así evitar que otra alma más por su incredulidad sea condenada en estos pueblos.
En cuanto a mí, aún mantengo la esperanza de que Dios salvará a Su pueblo en estas tierras.
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