A veces nuestra falta de devoción a Cristo es producto de un corazón frío. Esta actitud nos hace indiferentes, titubeantes y flojos. En resumen nos vuelve inútiles para los asuntos del reino de Dios.
Lo que amamos determina lo que hacemos y también la medida con la que nos entregamos a ello; y a menudo el mayor obstáculo para realizar nuestra misión está dentro de nosotros mismos.
Son las dudas, los temores y la apatía etc… que yacen en nuestro corazón los principales detractores para que obedezcamos a Dios.
1 Samuel 10:9 NBLA
Cuando Saúl volvió la espalda para dejar a Samuel, Dios le cambió el corazón, y todas aquellas señales le acontecieron aquel mismo día.
Saúl no pensaba que sería rey, y aunque poseia muchas cualidades físicas que lo distinguían de entre todos los demás, todavía necesitaba algo para asumir tan importante responsabilidad. Antes tenía que surgir un cambio interno en El. Necesitaba un cambio de corazón que le diera la sabiduría y el valor para cumplir con la misión que Dios le entregaba.
De igual forma, cada uno de nosotros antes de asumir nuestras responsabilidades delante de Dios requerimos un cambio de corazón.
Asi nosotros, necesitamos renunciar al corazón de piedra y titubeante, y a cambio pedir a Dios por un corazón valiente y entendido que le ame más a que a todo.
El viejo corazón, viciado con sus malos deseos y corrompido a morir en cada una de sus células necesita ser extirpado de nosostros, para dar lugar a una nueva creación. Dónde seamos dirigidos por el Espíritu de vida que nos capacita para amar a Dios y nos guía en el cumplimiento de nuestro deber ante El.
Así nuestra oración constante debería de ser: ¡Dios mío dame un corazón valiente que te ame sinceramente!.
Y una vez que lo recibimos es nuestro deber cuidarlo como a un tesoro, algo que Saul no valoro cuando su corazón se apartó de Dios y trajo la desgracia para si mismo y los suyos.
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