Dirige a los humildes en la justicia, Y enseña a los humildes su camino. Salmo 25:9 NBLA
Nuestra fidelidad a Dios no se mide por nuestras palabras sino por nuestras acciones. No es tanto lo que decimos sino lo que hacemos lo que revela la genuinidad de nuestra devoción. Nuestra obediencia a Sus preceptos y nuestra sinceridad, hablan mejor ante Dios que los muchos y elaborados enunciados que pudiéramos utilizar para expresarle amor.
Dios demanda que tengamos una relación genuina con El. Esto es de confianza, honestidad y fidelidad en todos los aspectos de nuestra vida. El quiere que nos rindamos completamente, que nos mostremos delante de El sin reservas, a cara lavada. Que nos descubramos tal y como somos ante su mirada, y que así, con nuestros defectos y virtudes le adoremos de manera sincera y franca.
No tiene ningún sentido guardar las apariencias con Dios. Más bien esto es un gran atrevimiento que pretende burlarse de El, y un autoengaño. No hay nada de nuestra vida que le podamos ocultar que de antemano El no conozca. A menudo, la culpa por el pecado y el orgullo nos llevan a guardar las apariencias, a fingir algo que no somos, a mantenernos en hipocresía. Esto es destestable para Dios, porque el que se acerca a El debe hacerlo con humildad, reconociendo su ruina espiritual y su gran necesidad de Cristo.
Si queremos caminar con el Señor, entonces debemos empezar por ser humildes (transparentes); Dirige a los humildes en la justicia, Y enseña a los humildes su camino. Salmo 25:9 NBLA ya que la humildad abre la puerta para su compañía, y nos hace aptos para recibir instrucción. La humildad nos lleva de su mano a la obediencia que es otro aspecto de la verdadera adoración y así, El nos guía en su senda en pos del más elevado objetivo que es Su presencia.
La falsedad nos aleja de Dios mientras que la humildad nos acerca a El.
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