Hoy a muchos Cristianos debería de pesarnos enormemente en él corazon no tener un corazón para aquel que nos salvó.
Olvidamos o incluso ignoramos que Dios nos dio un nuevo corazón no para seguir amándonos, sino para que le pudiéramos amar a Él.
Tenemos corazón para muchas cosas, e incluso para los actos religiosos, pero no un corazón para la verdadera devoción.
La costumbre, la religiosidad, la indiferencia hacia sus ordenanzas, nuestra falta de compromiso con la Iglesia local, el afán, en fin el pecado en todas sus expresiones, a menudo evidencian nuestra pobre devoción hacía aquél que se entrego sin reservas para salvarnos de una existencia miserable y vacía lejos del amor de Dios.
Sucede que con la boca le confesamos nuestro «amor», pero tristemente en nuestro corazón no le honramos, ni le deseamos, con la intensidad con la cual si corremos con mucho empeño por las cosas de esta vida.
A muchos les gusta el nombre de «CRISTIANO«, pero no todo lo que implica ser uno. Se sienten cómodos con asistir a una reunión y escuchar un sermón, pero jamás su supuesta fé les mueve a vivir para la gloria de Cristo. Hay una falta de fervor en su corazón porque quizas tal vez ese corazón frío en verdad este muerto.
Y ¿como no amarle con todo nuestro ser?. Si Él es lo mas valioso que un alma puede poseer.
Si pudiéramos asentir que Jesús en el corazón es lo que hace verdaderamente rico a un hombre, que su esperanza es la motivación para cada día, y que su presencia es lo que le inyecta paz a esta somera vida y que aquí todo es momentáneo, entonces no le descuidariamos tanto por las cosas efímeras y viviríamos de tal manera que testifiquemos con nuestros actos que Jesús es nuestra razón y mayor alegría.
Le amamos porque Él nos amo primero y si no le amamos puede ser tal vez, porque Él no nos ha amado con ese amor que nos desarma y que nos hace desearle con gran deseo.
La vida es un viaje que pasa muy rapido, y que no se llega a vivir bien hasta que Jesus esta impreso en cada partícula de nuestro ser.
Debiaremos orar como un antiguo monje, que al advertir su corazón frío hacia Cristo pedia en oración:
¡Oh Señor, permite que mi corazón te ame sinceramente!
O asentir como dijo San Agustín que dijo:
«El que no tiene celos no está enamorado».
Así muchos no desean a Cristo intensamente porque han dejado de amarlo.
Dios nos haga volver a Él si es que nos hemos alejado y encienda nuestros corazones en una pasión por su gloria que nunca se extinga hasta que lleguemos a Él. Que la indiferencia sea el pecado en la lista a vencer.
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