A veces está vida se advierte muy agitada, como la acción de ir corriendo tras el viento. Parece que hacemos mucho pero nada importante para el reino. Otras veces, nuestras limitaciones naturales nos impiden ir más allá de nuestros planes y deseos, y tenemos que reconocer que sin la ayuda de Dios no podemos mover ni un solo dedo.
Otras veces Dios nos permite mover toda la mano, desplazar toda nuestra artilleria en pos de nuestros objetivos y al final experimentar el fracaso solo para recordarnos que: «Nuestra impotencia proviene de nosotros mismos, mientras que nuestra capacidad para conseguir algo es de Dios». Y a menudo para encontrar nuestro camino en Dios necesitamos quedarnos quietos.
Estamos tan acostumbrados a dirigir nuestras vidas muy aprisa, a tomar desciciones prescipitadas y a no tomar encuenta el consejo de nadie. Queremos luchar y mostrarle al mundo nuestra fuerza. Todos estos son sintomas de una vida que reclama su autonomia muy acorde a la corriente que la cultura actual nos vende. Cuando Dios solo requiere nuestra rendición.
Y Sin embargo, y contradictoriamente Dios reclama nuestra dependecia como algo que nos suma valor y ve la independencia como un acto de rebeldia.
Cuando dependemos de Dios tenemos la garantia de que todo va a salir bien, esto es en sintonia con el programa que Dios ya establecio, porque entendemos que cada aspecto de nuestra vida tiene dueño, pero cuando nos salimos de este patrón el desastre es inevitable.
Una vida rendida a Dios es la única garantía que tenemos de que nuestra vida tendrá verdadero propósito y de que nuestros esfuerzos serán bendecidos y bien encausados en aquellas cosas por las que vale la pena vivir.
Así me he tenido muchas veces que detener en el camino, y deshacerme de aquello, desprenderme de lo otro y apagar esas voces que me incitan a ir de prisa para solo permanecer quieto aguardando por la fuerza y la dirección de Dios.
Estad quietos, y conoced que Yo soy Dios.
Salmos 46:10
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